miércoles, 21 de diciembre de 2016

«A Ruanda llegaban armas desde Euskadi y desde España»

El misionero Damaso Zuazua, un carmelita vasco en el infierno de Boko Haram, denuncia la hipocresía de Occidente con el Tercer Mundo

«Donde no hay riqueza no hay guerras». La frase pertenece a Dámaso Zuazua, un misionero carmelita enamorado y comprometido con África. La África que sufre. Estuvo ocho años en el Congo tras pasar por Viena y Montecarlo, donde impartió clases a los príncipes de Mónaco. Sus reflexiones son como dardos que se clavan en la conciencia de cada uno. «Hay gente que engorda sus bolsillos con los muertos de África», denuncia este religioso guipuzcoano, a punto de viajar a Camerún, al lado de Nigeria, una zona en la que los temibles guerrilleros de Boko Haram hacen incursiones para asesinar y secuestrar. Vuelve por quinta vez. Sin miedo. Lo cuenta en el número de noviembre de 'Alkarren Barri', la revista del Obispado de Bilbao.
El último pregón del Domund, en el arranque de la campaña de las misiones, hacía hincapié en el altruismo y la generosidad de los misioneros, religiosos pero también muchos laicos, que arriesgan sus vidas por ayudar a la gente que sufre en muchos rincones olvidados del mundo. Lo firmaba Pilar Rahola, exdiputada catalana, que se refería a esta gente como unos héroes muy a su pesar. Están en la línea de choque. Llegan los primeros y se marchan los últimos. Dámaso Zuazua, fraile nacido en Aretxabaleta, representa a estas personas, que están hechas de una pasta especial.

El norte de Camerún es una zona muy peligrosa. Hay toque de queda y no se puede salir por la noche. La embajada francesa ha recomendado a sus ciudadanos que no se acerquen y aconseja que se vayan a los que viven allí. Zuazua esta ya haciendo las maletas para volver junto a su gente. «Yo no tengo miedo, tal vez porque soy tonto e imprudente, pero no voy por mí. Voy por una causa que creo que es religiosa y humanitaria. La política de los pequeños pasos de Kissinger. Milagros, ninguno. Pero, como diría Santa Teresa de Jesús, voy a hacer lo poco que pueda sin miedo, porque si no, es mejor quedarse en casa», reflexiona a tres semanas de partir para África.




En ese enclave tan peligroso hay una comunidad de carmelitas descalzas atendiendo a los lugareños. «Las admiro mucho porque llegar hasta donde llegan ellas es toda una aventura», señala. «Son 600 kilómetros de tren y después hay que tomar un autobús que pasa por los poblados. El chófer es musulmán y si hay alguna mezquita en el trayecto, se para para ir a orar. La mayoría de los viajeros bajan con él y me invitan a mí. Rezamos juntos, ellos a su Alá y yo a Jesucristo».

El viaje en autobús dura entre 26 y 28 horas. Las carmelitas están en una zona tórrida a la que llega el harmatán, el viento polvoriento que sopla del Sáhara hacia la costa occidental de África. «Es como una arenilla que te pega en la nariz, en las cejas, y se introduce hasta las entrañas», explica a EL CORREO.
«Es una zona muy seca. Necesitan pozos y árboles. Yo las visito y les ayudo en sus proyectos. También les doy cursillos. Gracias a las ayudas recibidas de Europa han podido montar una industria de pan en la que involucran a una veintena de jóvenes. Para mí, es el modelo de convivencia entre musulmanes y cristianos, donde viven en pacífica convivencia a pesar de algunas escaramuzas de Boko Haram en la zona», relata.

Sin embargo, la religión también se invoca para justificar la violencia. Zuazua, exsecretario general de las Misiones Carmelitas, ha reflexionado mucho sobre ello. «El fenómeno está malsanamente demonizado por intereses geopolíticos que no se dicen. Esa es la gran hipocresía de Occidente», acusa. «América se postula como el ángel de la guarda y Rusia igual, pero ni los unos ni los otros revelan los verdaderos motivos como son el dominio de determinadas zonas por sus riquezas. Donde no hay riqueza, no hay guerras. El Congo, por ejemplo, tiene oro y diamantes. Ahora, coltán. Es una guerra complicadísima, para que nadie sepa que es lo que ocurre de verdad».
Bajo las bombas en Alepo
Complicada también es la guerra en Siria, donde cada día mueren decenas de personas, muchos de ellas niños, y donde se bombardea desde hace tiempo sobre los propios escombros de las ciudades. «¿Qué está pasasando en Alepo», se pregunta el misionero vasco. «Todos dicen que van a salvar vidas, pero no es cierto. Hay allí una comunidad de monjas carmelitas que no se han marchado. Quiero viajar a Alepo a visitarlas. No saben si mañana vivirán, pero lo único que piden es que salgan los extranjeros y que les dejen en paz. ¡Que no venga nadie a salvarnos! Porque detrás de todo esto también está el negocio armamentístico. Esto lo viví en primera persona en la guerra entre los tutsis y los hutus en Ruanda. Entonces llegaban armas desde España y también desde Euskadi, que lo he visto yo», denuncia. En aquel genocidio murieron un millón de personas en cien días. «Fue clamoroso», evoca.
Zuazua fue ordenado sacerdote a los 24 años en El Carmelo de Begoña, en Bizkaia. Era 1962, el año del Concilio Vaticano II. El Mayo del 68 francés lo vivió en Viena. Es un melómano y gran amigo de Plácido Domingo. Luego fue enviado a Montecarlo. Allí fue profesor de Religión de los príncipes. Preparó para la Primera Comunión a Estefanía y a Alberto. Grace Kelly les visitaba. Pero no paraba en ningún sitio. De la ciudad de los palacios y la música, y del ambiente sofisticado del Principado de Mónaco, pasó a los poblados y las tribus de la República Democrática del Congo. «África me ha enseñado muchísimo, con su gente sencilla y su filosofía zulú. Es donde más he aprendido», señala a El Digital de ELCORREO.

Ahora espolea las conciencias para movilizar a los ciudadanos en favor de los descartados y los invisibles. «Asi como nos escandalizamos de la esclavitud que durante siglos admitió Occidente como cosa normal, la historia futura nos juzgará tremendamente, porque hay gente que engorda sus bolsillos con los muertos de África», clama en 'Alkarren Barri'.
La labor de los misioneros, comprometidos hasta las cachas con la gente a la que atienden en sus puntos de misión, es reconocida hasta por los no creyentes. Es el caso de la periodista Pilar Rahola, que ha protagonizado este año el pregón del Domund. La exdiputada se pregunta, sin embargo, «qué sienten los cristianos que les sacude de esa forma y les mueve a salir de su casa e ir a aquellos agujeros negros del planeta que no salen ni en los mapas. A salir de su comodidad para ayudar a los invisibles». A renglón seguido establece que «el mensaje cristiano es una poderosa herramienta transgresora y revolucionaria, la revolución del que no quiere matar a nadie, sino salvar a todos».
En su larga intervención, Rahola se refirió al doble trabajo de los misioneros, que combinan la evangelización con la caridad cristiana. «La evangelización ha sufrido los ataques más furibundos, sobre todo por parte de las ideologías que se sienten incómodas con la solidaridad cuando se hace en nombre de Cristo. ¿Por qué ir a ayudar al prójimo es correcto cuando se hace en nombre de un ideal terrenal, y no lo es cuando se hace en nombre de un ideal espiritual?», se preguntó. «¡Quiénes somos nosotros, gente acomodada en nuestra feliz ética laica, para poner en cuestión la moral religiosa, que tanto bien ha hecho a la humanidad!», zanjó.