Leo
con pena que una cincuentena de personas increparon, insultaron e
hicieron violencia (verbal, alguno también intentó la agresión física a
un matrimonio) contra otro grupo de personas convencidas (en su libre
opinión) de que el aborto es un mal y que rezaban, como cada mes, un
rosario por la vida ante la clínica abortista de Ansoáin. Todos tienen
derecho a manifestarse por lo que consideran justo y nuestro arzobispo,
que estuvo, también. Sin embargo, cuando para defender lo que sea se
recurre al insulto, al intento de agresión o a la violencia, cualquiera
pierde su autoridad moral en la reivindicación de su causa. En este caso
ha quedado muy claro quién es quién: los ciudadanos provida se
comportaron pacíficamente, utilizaron un arma pacífica como es el
rosario (que consideran útil en su fe) y expresaron con su sola
presencia el rechazo ante lo que entienden legítimamente como flagrante
violación de Derechos Humanos del ser concebido y no nacido. Los
ciudadanos proaborto, partidarios de la violencia contra el feto,
demostraron que también son violentos con las personas más adultas, con
lo que, a mi entender, muestran la rabia y la mala uva que llevan
dentro, que se manifiesta en el nulo respeto tanto al nasciturus como a
las personas de más edad (las que no piensan como ellos). Cada cual, al
desnudo. Pero triste y lamentable actitud la de los violentos en una
sociedad que se dice democrática.
Diario de Noticias / Miguel Ángel Irigaray