Cuando hace más de veinte años Juan Pablo
II denunciaba el robo del Norte al Sur señalaba el enfrentamiento de los dos
bloques imperialistas que entonces se disputaban el mundo como una de las
causas principales del creciente abismo entre empobrecidos y enriquecidos.
Pocos podían sospechar que en unos meses el bloque del Este iba a desaparecer y
que en cuestión de horas el muro de Berlín pasaría, de ser el muro de la
vergüenza a convertirse en el icono de la fiesta por la caída del comunismo en
Europa.
Pero con la caída de este muro no estaba
todo hecho: los mecanismos financieros, el comercio internacional, la
distribución de la tecnología y los organismos multilaterales denunciados por
el Papa como estructuras del expolio a los pobres se hacían más fuertes; y las
guerras, la deuda y el robo de personas por la sangría de la emigración forzada
se hacían más graves.
Un nuevo muro dividía el mundo y del Río
Grande a Melilla, pasando por la misma ciudad de Belén, las alambradas, el
hormigón, los focos y las patrulleras ponen hoy de manifiesto que el mundo está
atravesado por muros que dividen la familia humana entre una gran muchedumbre
de empobrecidos y una minoría de afortunados esclavos de la sociedad de consumo
que ahora están viendo cuestionado también ese modelo y se están viendo
afectados.
La llamada a la conversión a una vida
solidaria, que comparte hasta lo necesario para vivir y convierte la propia
existencia en una entrega firme y perseverante por el bien común universal, que
hacía el Papa en la Navidad
de hace más de veinte años es hoy más acuciante, y eso, no sólo desde el plano
personal sino también y de una manera fundamental desde el plano institucional,
porque hoy, las instituciones, tal y como lo planteaba el Papa son una parte
importante responsable de lo que está sucediendo en nuestras sociedades
también. No podemos excusarnos en la ignorancia, pues hoy la opinión pública
sabe de sobra que se roba al Sur y convivimos cada día con nuestros hermanos
empobrecidos emigrantes. Los mismos mecanismos que Juan Pablo II denunció hace
tiempo, son los que hoy en día están generando las consecuencias que vemos
también en nuestros países en sus diferentes formas (paro, marginalidad,
desahucios, explotación…). No me cansaré nunca de recordar lo que Juan
Pablo II nos dijo ya entonces muy claro: a nadie es lícito permanecer ocioso. o